viernes, 18 de octubre de 2013

Sobre el rigor científico.

Teniendo en cuenta que me dedico a escribir ciencia ficción, soy muy consciente de que estoy obligado a mantener cierto rigor científico en mis relatos.
No obstante, al tener yo formación científica, ya muchos dan por sentado que cometeré errores ortográficos a menudo, y por lo tanto, no se sorprenderán si encuentran mis escritos plagados por erratas (¡Ay! ¿Cuando tendre ha alguién qué aga estás tarehas por mi?)
Sin embargo, al tener formación científica, muchas de las exposiciones que escribo son de fiar. Y no estoy hablando solamente de los detalles técnicos o naturales, sino también, de la manera de escribir las cosas.
Porque, por muy sorprendente que pueda aparecer, las gentes que hemos estudiado ciencias también tenemos que cumplir ciertas normas gramaticales que los profanos en la materia ignoran.
El origen de estas reflexiones viene dado por una exposición de animales animatrónicos que presencie los últimos días en As Cancelas, en Santiago de Compostela, que mostraban una serie de reconstrucciones de criaturas que vivieron en la Edad de Hielo.
Ni que decir tiene que esta exposición hizo mis delicias, además de las de los niños que pasaron por la cena, y de cualquier otro visitante que tuviera la más mínima curiosidad sobre estos seres, reproducciones animatrónicas de seres que existieron (o existen) en el mundo real, que se movían o rugían cada vez que alguien se les acercaba.
Pero mi gozo se vino abajo al leer los textos de explicación que acompañaban a cada una de esas criaturas, y no fue porque encontrara que la información ahí expuesta fuera incompleta o inexacta. De hecho, era muy útil para que un profano en paleontología se acercase a estos temas, y se informara de ello.
Lo que me llamó la atención, ¡era ver que los nombres científicos de los animales estaban mal escritos!
Todo el que ha estudiado algo de taxonomía, sabe que cuando hay que escribir el nombre científico de un ser vivo, tiene que hacerlo en dos palabras; el nominativo genérico, y el epíteto específico. Pero además, tiene que escribirse en minúsculas, a excepción de la primera letra del nominativo específico. Y también, los nombres científicos se escriben en cursiva, o en su defecto, subrayados.
Y por lo tanto (y como ejemplo), al mamut, que apareció en el texto como Mamulus Imperialis, se tenía que haber escrito Mamulus imperialis, o, Mamulus imperialis.
Este error demuestra que el que escribió esos textos para la exposición, no fue ningún científico (aunque sí sería alguien que controlaba algo de latín).
Por mi parte, yo no cometí este error cuando mencioné al Sauriopithecus habilis en mi anterior novela.
Y hablando del tema; no se olviden de leer "El planeta de la noche eterna".

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